En 1882, en el periódico Le Révolte, el barbudo de la anarquía, Piotr Kropotkin, escribe el folleto “La expropiación”, tiempo después este mismo escrito apareció es la publicación Paroles d’un Révolte, para luego, posteriormente ser ampliado e incluido en su magnánima obra “La Conquista del Pan”. En ella Kropotkin insiste en su visión “economicista” de la revolución, elaborando sobre el proyecto inserruccional que Bakunin había legado a través de James Guillaume. En ese texto el príncipe, no se plantea la disputa, entre las teorías “colectivistas” (bakunistas o bakuninistas, como las refería Víctor García) y las “comunistas libertarias”, que es la corriente Kropotkiniana y a la cual, en lo personal me subscribo, por considerarla más actas y real. Pero lo substancioso para nosotros, no es eso, sino el hecho de que desde tiempos inmemoriales, los gigantes del verbo y la acción, se planteaban la necesidad, de que al triunfar los oprimidos del mundo sobre la burguesía. Debería venir automáticamente una justa distribución de la propiedad.
Según el ordenamiento jurídico burgués, en este enclave caribeño, la expropiación es: “una institución de Derecho Público, mediante la cual el Estado actúa en beneficio de una causa de utilidad pública o de interés social, con la finalidad de obtener la transferencia forzosa del derecho de propiedad de los particulares a su patrimonio” (artículo 2 de la Ley de Expropiación por Causa de Utilidad Pública o Social) En nuestro caso es similar, pero con la diferencia, de que no es el Estado el que actúa, sino el pueblo legítimamente constituido en armas, que acude, en pleno derecho, ha expropiar los bienes particulares para resolver un problema colectivo. Y solamente un problema colectivo, que esto quede bien claro, la expropiación se invento con la intención de devolver los medios de producción a los trabajadores. Se expropia una fabrica, una empresa, las tierras ociosas y las múltiples propiedades de vivienda en manos de pocas manos, pero más nada… El imbecil que expropie una tumba, por simple bandolerismo o que expropie un cepillo de dientes por ociosidad, es tan o más cretino que los parásitos de esta sociedad. Un ejemplo de esto, fue el motín popular del 27F del 89 o de los días de aciego del 12 y 13A de 2002, la gran mayoría de la gente que expropio, se adueñaron de bienes superfluos y que nada benefician a la autoorganización de los pueblos y que son mercancías producidas por el capital para mantener entretenida a la población. Vgr. Televisores, DVD, Cigarros y bebidas alcohólicas o espirituosas… Desde mi punto de vista, eso no es expropiación sino un vulgar robo. No hay nada de revolucionario en semejantes actos.
Para finalizar este pequeño ensayo, y que desde mi perspectiva quedo muy básico, no por falta de argumentos, porque argumentos a favor son los que sobran, sino por falta de espacio. Espero poder desarrollar en próximos números, este principio básico de el mundo nuevo a que estamos llamados a construir, toda revolución que se aprecie de ser anticapitalista y anarquista, deberá pasar por esta faceta, faceta que de más esta decirlo, es la que más temen, nuestros contrincantes capitalistas… Así que el llamado de la anarquía esta hecho, todos tenemos derechos a disfrutar del pastel de la vida, ha estudiar e indagar en este proceso fundamental de nuestra futura revolución libertaria y social.
(Texto aparecio en la publicación numero dos, del periodico "SAMIZDAT" esta redactado por Rodolfo Montes de Oca)
domingo, 18 de mayo de 2008
"El derecho al ocio y a la expropiación individual" texto de Severino Di Giovanni
Tu haces un trabajo que te gusta, que tienes una ocupación independiente y a quien el yugo del patrón no molesta mayormente; tú también que te sometes resignado o cobarde en tu calidad de explotado: ¿cómo te atreves a condenar así, tan severamente, a aquellos que ha pasado al plano de ataque en contra del enemigo?Una sola cosa te queremos decir: "¡Silencio!", por honestidad, por dignidad, por fiereza. -¿No sientes el sufrimiento de ellos? ¡Cállate!- ¿No tienes la audacia de ellos? Entonces, otra vez ¡cállate!Cállate, porque tú no sabes las torturas de un trabajo y de una explotación que se odian.Desde hace mucho tiempo se viene reclamando el derecho al trabajo, el derecho al pan, y, francamente, en el trabajo nos estamos embruteciendo. No somos más que lobos en busca de trabajo, -de un trabajo duradero, fijo- y a la conquista de él se encaminan todos nuestros afanes. Estamos a la pesca continua, obsesionante del trabajo. Esta preocupación, esta obsesión nos oprime, no nos abandona nunca. Y no es que se ame al trabajo.
Al contrario, lo odiamos, lo maldecimos: lo cual no impide que lo suframos y lo persigamos por todas partes. Y mientras imprecamos en su contra, lo maldecimos también porque se nos va, porque es inconstante, porque nos abandona -después de un breve tiempo: seis meses, un mes una semana un solo día. Y he aquí que transpuesta la semana, pasado el día, la búsqueda empieza de nuevo con toda la humillación que ella entraña para nuestra dignidad de hombres; con el escarnio que implica a nuestras hambres: con la befa moral nuestro orgullo de individuos conscientes de este ultraje, relajándonos y pisoteando nuestros derechos rebeldes, de anarquistas.
Nosotros, anarquistas, sentimos la humillación de esta lucha para huirle al hambre y sufrimos la ofensa de tener que mendigar un pedazo de pan que nos es concedido de cuando en cuando como una limosna y a condición de renegar o poner en el desván de los trastos inútiles nuestro anarquismo (si no queréis usar de medios ilegales para defender vuestro derecho a la vida, sólo os quedará como lugar de reposo el cementerio), y sufrimos más, porque tenemos conciencia de la injusticia que se realiza en contra nuestra.
Pero donde se agranda nuestro sufrimiento hasta adquirir caracteres trágicos, es al desentrañar la vergonzosa comedia de la falsa piedad que se desarrolla a nuestro derredor, mordiéndonos de rabia por nuestra impotencia y también por sentirnos un poco viles -vileza que es a veces justificada, pero que casi siempre no tiene justificación alguna frente a esta inicua y cínica hipocresía que nos hace pasar a nosotros, trabajadores, como los beneficiados, cuando somos los benefactores; que nos coloca en situación de mendigos a quienes se quita el hambre por misericordia, mientras, que en realidad somos nosotros los que damos de comer a todos los parásitos y les procuramos el bienestar de que gozan: que consumimos nuestras vidas entre los horrores de las privaciones, para saturar de goces las de ellos, para permitir sus expansiones, sus placeres, -su ocio,- teniendo conciencia del despojo a que se nos somete. Quiere prohibirsenos hasta el poder sonreír ante las maravillas de la naturaleza, porque se nos considera como instrumentos, nada más que como instrumentos para embellecer su vida parasitaria.Nos damos cuent de toda la insensatez de nuestros afanes; sentimos lo trágico, mejor dicho lo ridículo de nuestra situación: imprecamos, maldecimos, nos sabemos locos y nos sentimos viles, pero todavía continuamos bajo la influencia (como cualquier mortal) del ambiente que nos circunda, que nos envuelve en una malla de frívolos deseos, de mezquinas ambiciones de "pobres cristos" que creen mejorar un poco sus condiciones materiales, intentando arrancar de entre los dientes de los lobos -de los que poseen y defienden la riqueza- una migaja de pan que no se consigue más que al elevado precio de nuestra carne y de nuestra sangre dejadas en los engranajes del mecanismo social.Y, a pesar nuestro, por necesidad o sugestión colectiva, nos dejamos arrastrar por el torbellino de la locura común.
Y rotas, en nosotros, las fuerzas que nos mantienen íntegros en nuestra conciencia que ve claro en las cosas y sabe que no lograremos nunca por este camino destrozar las cadenas que nos mantienen esclavos, porque no se destruye la autoridad colaborando con ella, ni se disminuye el poder ofensivo del capital ayudando a acumularlo con nuestro trabajo, con nuestra producción; rotas estas resistencias, decía, comenzamos a acelerar el paso y bien pronto veloz carrera, loca carrera sin sentido ni fin, que no nos conduce más que a soluciones transitorias, siempre vanas e inútiles.¿Qué decir? ¿Avidos de ganancia? ¿Sugestión del ambiente? ¿Insensatez? De todo un poco, aunque bien sabemos que con nuestro trabajo, bajo las condiciones del sistema capitalista, no resolveremos ningún problema esencial de nuestras vidas, salvo raros casos particulares y condiciones especiales.
Cada aumento de nuestra actividad en el presente sistema social no tiene otro resultado que un aumento de la explotación en nuestro daño.Impostores son aquellos que afirman que la riqueza es fruto del trabajo, del trabajo honesto, individual.Pasemos adelante. ¿Para qué detenerse a rebatir los sofismas de ciertas teorías económicas que no son sinceras ni honradas y que sólo convencen a los pobres de espíritu -desgraciadamente son la mayoría de la sociedad,- que no persiguen otra finalidad que la de cubrir torpes intereses con la apariencia de la legalidad y del derecho. Todos vosotros sabéis que el trabajo honrado, el trabajo que no explota a otros, no ha creado nunca, en el presente sistema, el bienestar de persona alguna y mucho menos, su riqueza puesto que esta es el fruto de la usura y de la explotación, las cuales no se diferencian del crimen más que en las formas exteriores.
Después de todo, no nos interesa un relativo bienestar material obtenido por la extenuación de nuestros músculos y de nuestro cerebro: queremos, sí, el bienestar adquirido por la posesión completa, absoluta del producto de nuestro esfuerzo, la posesión incontrastable de todo aquello que sea creación individual.Estamos, entonces, consumiendo nuestra existencias a total beneficio de nuestros explotadores, persiguiendo un bienestar material ilusorio, eternamente fugitivo, jamás realizable en una forma concreta, estable, porque la liberación de la esclavitud económica no nos podrá llegar por medio de un aceleramiento de nuestra actividad en la producción capitalista, sino con la creación consciente, útil, y con la posesión de lo que se produce.Es falso decir: "una buena recompensa, un buen salario por una buena jornada de trabajo". Confiesa esta frase que deben existir los que producen y los que se adueñan del producto, y que después de haber quitado una buena parte para ellos -aún no habiendo participado en su creación- distribuyen, en base de criterio y principios absurdos, enteramente arbitrarios, aquello que creen conveniente darle al verdadero productor.
Establece la retribución parcial, el robo, la injusticia: consagra, por lo tanto, de hecho, la explotación.El productor no puede aceptar como base equitativa y justa la retribución parcial. Solamente la posesión integra puede establecer las bases de la Justicia Social. Por consecuencia, todo concurso nuestro a la producción capitalista es un consentimiento y una sumisión a la explotación que se ejerce sobre nosotros. Cada aumento de producción es un remache más para nuestras cadenas, es agravar nuestra esclavitud.Más trabajamos para el patrón, más consumimos nuestra existencia, encaminándonos rápidamente hacia un fin próximo.Más trabajamos, menos tiempo nos queda para dedicarlo a actividades intelectuales o ideales; menos podemos gustar la vida, sus bellezas, las satisfacciones que nos puede ofrecer; menos disfrutamos de las alegrías, los placeres, el amor.
No se puede pedir a un cuerpo cansado y consumido que se dedique al estudio, que sienta el encanto del arte: poesía, música, pintura, ni menos que tenga ojos para admirar las infinitas bellezas de la naturaleza. Un cuerpo exhausto, extenuado por el trabajo, agotado por el hambre y la tisis no apetece más que dormir y morir. Es una torpe ironía, una befa sangrienta, el afirmar que un hombre, después de ocho o más horas de un trabajo manual, tenga todavía en sí fuerzas para divertirse, para gozar en una forma elevada, espiritual. Sólo posee, después de la abrumadora tarea, la pasividad de embrutecerse, porque para esto no necesita más que dejarse caer, arrastrar.A pesar de sus hipócritas cantores, el trabajo, en la presente sociedad, no es sino una condena y una abyección.
Es una usura, un sacrificio, un suicidio.¿Qué hacer? Concentrar nuestros esfuerzos para disminuir esta locura colectiva que marcha hacia el enervamiento. Es preciso poner en guardia al productor en contra de este fatigoso afán, tan inútil como idiota. Es necesario combatir el trabajo material, reducirlo al mínimo, volverse vagos mientras vivamos en el sistema capitalista bajo el cual debemos producir.El ser trabajador honrado, hoy día, no es ningún honor, es una humillación, una tontería, una vergüenza, una vileza.
El llamarnos "trabajadores honrados" es tomarnos el pelo, es burlarse de nosotros, es, después del daño, agregarnos la burla.¡Oh soberbios y magníficos vagabundos que sabéis vivir al margen de las conformaciones sociales, yo os saludo! Humillado, admiro vuestra fiereza y vuestro espíritu de insumisión y reconozco que tenéis mucha razón en gritarnos: "es fácil acostumbrarse a la esclavitud".***¡No!, el trabajo no redime, sino que embrutece. Los bellos cantos a las masas activas, laboriosas, pujantes: los himnos a los músculos vigorosos: las aladas peroraciones al trabajo que ennoblece, que eleva, que nos libra de las malas tentaciones y de todos los vicios, no son más que puras fantasías de gentes que nunca han tomado el martillo ni el escalpelo, de gentes que nunca han encorvado el lomo sobre un yunque, que jamás se han ganado el pan con el sudor de su frente.
La poesía consagrada al trabajo manual no es más que una irrisión y un engaño que nos deberían hacer sonreír, si no llenarnos de indignación y rebeldía.¡La belleza del trabajo ... el trabajo que eleva, ennoblece, redime! ...¡Si, si! Mirad allá, a lo lejos. Son los obreros que salen de las fábricas que surgen de las minas, que abandonan los puertos, los campos, después de la jornada de trabajo. ¡Miradlos, miradlos! Apenas si sus piernas pueden soportar aquellos cuerpos derrengados. Escrutad esas caras pálidas, mustias, extenuadas.
Asomaos a esos ojos tristes, mortecinos, sin luz, sin vitalidad. ¡Ah, los bellos, los potentes músculos ... la alegría de los corazones por el trabajo que ennoblece! ...Penetrad en aquella fábrica y observarlos en su actividad. Enclavados cojo parte integrante de la máquina, están constreñidos a repetir por mil, por diez mil veces el mismo movimiento, automáticamente, como la máquina, sin que casi sea necesaria la intervención de sus cerebros. Podrían muy bien haberlos dejado en sus casos, puesto que una vez emplazados en sus puestos, continuaría igualmente sus trabajos. No conservan nada de la propia personalidad, de la propia individualidad. No son seres sensibles, pensantes, creadores. No son más que cosas sin espiritualidad, sin impulso propio. Van porque todos van. Se mueven con ritmo uniforme, igual, sin independencia. Se les ha ordenado ejecutar aquel movimiento y lo deben hacer hoy, mañana, .. ¡siempre! ... ¡cómo las máquinas! ...Hemos llegado a la destrucción completa de la personalidad humana en el ochenta por ciento de la producción moderna.
No se hallan ya los artesanos, los artistas. La producción capitalista, no los pide, no los precisa. Se han inventado cosas para cada necesidad y máquinas para hacerlo todo, y hemos llegado al punto de tener que crear nuevas necesidades para poder fabricar nuevos productos. En realidad es esto lo que ya se hace y es por esto que la vida se va siempre complicando más y el vivir se hace cada día más difícil.Se ha suprimido la estética de las cosas y no se crea más que en serie, en montón. Se han educado los gustos en línea general; se ha distribuido en los individuos cualquier, originalidad artística, cualquier antojo diferente, y se ha alcanzado -¡oh, prodigio de la propaganda!- hacer apetecer a la generalidad aquello que a los capitalistas conviene fabricar: una misma cosa para cada individualidad distinta.
Ya no se tiene necesidad de seres que creen, sino de entes que fabriquen; ya no existen -¡ay!- artistas, obreros intelectuales; sólo quedan obreros manuales. No se pone más a prueba nuestra inteligencia; en cambio, se mira si tenéis buenos músculos, si sois vigorosos. No se mira mucho lo que sabéis, sino cuánto podréis producir. No sois vosotros los que hacéis marchar la máquina, es la máquina la que os hace marchar. ¡Y aunque parezca paradoja! -y no es más que la pura realidad- es también la maquina la que "piensa" lo que ha de hacerse, quedándoos a vosotros sólo la obligación de servirla, de hacer lo que ella enseña.
Es ella el cerebro y vosotros el brazo; ella la materia pensante, creadora y vosotros la materia bruta, autómata: ella, la individualidad, vosotros la ... máquina.¡Horror! Si una sola individualidad se introdujese en el funcionamiento de la oficina Ford, por ejemplo, ella destruiría todo el engranaje de la producción.***Los obreros no son más que presidiarios. O, si os ha de servir de mayor consuelo, soldados acuartelados en las fábricas. Todos marchan al mismo paso; todos hacen -a pesar de la variedad de los objetos- los mismos movimientos. No encontramos ya ninguna satisfacción en los trabajos que hacemos; no nos apasionamos por ellos, porque nos sentimos completamente extraños a los mismos. Seis, ocho, diez horas de trabajo, son seis, ocho, diez horas de sufrimiento, de angustia.No amamos, no, el trabajo; lo odiamos. No es nuestra liberación, ¡es nuestra condena! No nos eleva y libra de los vicios; nos abate físicamente y nos aniquila moralmente hasta tal extremo que nos deja incapacitados para sustraernos a ellos. Será necesario realizar estos trabajos, lo sé, pero será siempre de mala gana si se quiere mantener también mañana el presente sistema por economía de esfuerzos. Será siempre sufriendo aún cuando la jornada sea reducida a menos horas.
Yo no sé qué piensan los animales de la carga que se les coloca sobre el lomo; pero lo que si sé decir por lo que observo y por lo que por mi mismo siento, es que el hombre no ejecuta con alegría, con verdadera satisfacción, más que los trabajos intelectuales, artísticos. Si al menos no considerase malgastado e inútil su sacrificio, el hombre se armaría de coraje y su fatiga le parecería menos amarga, menos dolorosa. Pero cuando observa que todo su esfuerzo es malgastado, que no es sino el trabajo de Sisifo con innumerables desastres y sacrificios en cada recaída, entonces el coraje huye de su corazón y en cada ser consciente, en cada ser sensible y humano, el odio se enciende en contra de este bárbaro y criminal estado de cosas y la aversión y la rebeldía en contra del trabajo es inevitable.
Se comprende, entonces, que existan los desconformes que no quieren doblegarse a esta esclavitud repugnante. Se comprende que existan los vagabundos indomables que prefieren la incertidumbre de su mañana -la mayoría de las veces sin el mísero mendrugo acordado al trabajador constante- antes que someterse a este sistema humillante. Se comprende la bohemia incorregible, sin genio si queréis, pero que no forma parte en el cortejo humillante de los arias ... Y se comprende, también, a los grandes haraganes, los ociosos ideales que pasando su vida en completa hermandad con la naturaleza, gozando al contemplar las maravillosas auroras, los melancólicos crepúsculos, colmando sus espíritus de melodías que sólo una vida simple y libre puede procurarles, imponiendo silencio a las imperiosas necesidades del hambre por no caer en la esclavitud en la cual nosotros estamos hundidos.
Sentados al borde del camino observan con infinita tristeza, con profunda piedad, la negra caravana que todos los días se encamina dócil y deshecha hacia las fábricas -prisiones que los engullen ya exhaustos y los devuelven por la noche hechos cadáveres.Y huyen, huyen estos ociosos ideales con el corazón oprimido al ver tanta estulticia, tanta miseria, tanta locura.
Huyen hacia la vida libre, indócil, no conformista diciéndole a su corazón que antes de someterse cada día a esta vida miserable, vil y privada de elevación y espiritualidad, la muerte es preferible.Odiar el trabajo manual en régimen capitalista, no significa ser enemigo de toda actividad, como aceptar la expropiación individual no equivale a hacer la guerra al trabajador-productor, sino al capitalista-explotador.Estos vagabundos ideales a los que tanto admiro, tienen una actividad, viven una intensa vida espiritual, riquísima en experiencias, observaciones, goces. Son enemigos del trabajo, porque encuentran malgastados en gran parte sus esfuerzos en aquella dirección; no pueden, por lo tanto, someterse a la disciplina que exige aquella especie de actividad, y no quieren tolerar que se haga de ellos una máquina sin cerebro, que se mate, en fin, en ellos aquella personalidad, que es lo que más aprecian.
Entre estos vagabundos espirituales, -refractarios a la domesticación y disciplina capitalistas, -es necesario buscar los expropiadores los partidarios de la expropiación individual, aquellos que no quieren esperar a que las masas estén preparadas y dispuestas para cumplir el acto colectivo de justicia social. Estudiando bien los matices psicológicos, éticos y sociales que determinan esa actitud en ellos, sabremos comprender, justificar y apreciar mejor sus actos y también defenderlos de los ataques biliosos de muchos de aquellos que aún compartiendo las mismas ideas sobre muchos otros problemas, se afanan en tirar fango sobre, estos impacientes que no saben resignarse hasta que llegue el día de la redención colectiva.El derecho a la expropiación individual no se puede negar, basándose sobre un cierto derecho colectivo a la expropiación. Si fueramos socialistas o comunistas-bolcheviques, podríamos negar al individuo el derecho de apropiarse -por los medios que estime más convenientes- de aquella parte de riqueza que a él como productor le pertenece. Porque los bolcheviques y los socialistas niegan la propiedad individual y admiten una sola forma de propiedad: la colectiva. Pero este no es el caso de los anarquistas, sean individualistas o comunistas, pues todos teórica y prácticamente admiten tanto la propiedad individual como la colectiva. Y si admite el derecho a la posesión individual, ¿cómo podría negarse al individuo el mismo derecho a servirse de los medios que crea oportunos para entrar en posesión de lo que le pertenece?Cada acreedor (y éste sería la clase productora frente a la capitalista) toma por la garganta a su deudor en la hora y en la forma que más le convenga, y se hace restituir su producto -el cual se le ha arrebatado con el engaño y la violencia- en el menor tiempo posible. El individuo, basándose en la libertad, -y la libertad es la doctrina de la anarquía,- es el único y solo árbitro y juez en este acto de restitución.
Se ha admitido la oportunidad y la necesidad de un acto colectivo, de una revolución social para expropiar a la burguesía, y el individuo, aún individualista, se asoció voluntario a esta idea, porque fue creencia general que un esfuerzo colectivo nos libraría más fácilmente de la esclavitud económica y política.Pero desde hace años esta confianza ha decrecido en muchos anarquistas.Ha tenido que admitirse, al fin, que una verdadera liberación, una liberación profunda, anárquica, que arrancara de la conciencia de las masas -con seguridad de nunca más volver- el fetiche autoridad y nos permite instaurar un estado de cosas que no violara la libertad de cada uno, necesita forzosamente una larga preparación cultural, por consecuencia, muchos años todavía de sufrimientos bajo la explotación capitalista. De esto ha derivado que muchos rebeldes nuestros, que en un primer momento habían abrazado con entusiasmo la idea de una revolución expropiadora se han dicho -sin disasociarse por esto del necesario trabajo de preparación revolucionaria- que tal espera significaba el sacrificio de toda su vida, consumida en condiciones odiosas y bestiales, sin ninguna alegría, sin goce alguno, y que la satisfacción moral de una lucha cumplida en pro de la liberación humana no era lenitivo suficiente para sus propias penas."No tenemos más que una vida -se han dicho en su corazón- y ésta se precipita hacia su fin con la rapidez del relámpago.
La existencia del hombre con relación al tiempo no es verdaderamente más que un instante fugaz. Si se nos esfuma este instante, si no sabemos extraerle el jugo que en forma de alegría nos puede dar, nuestra existencia es vana y desperdiciamos una vida de cuya pérdida no nos resarcirá la humanidad. Por lo tanto, es hoy cuando debemos vivir, no mañana. Es hoy cuando tenemos derecho a nuestra parte de placeres, y lo que hoy perdemos el mañana no nos lo puede restituir: está definitivamente perdido. Por eso es que hoy queremos gozar nuestra parte de bienes, es que hoy deseamos ser felices".Pero la felicidad no se alcanza en la esclavitud. La felicidad es un don del hombre libre, del hombre dueño de sí mismo, dueño de su destino; es el supremo don del hombre, hombre que se niega a ser bestia de carga, resignada bestia que sufre, produce y está privada de todo.
La felicidad se obtiene en el ocio. También se adquiere con el esfuerzo, pero con el esfuerzo útil, con el esfuerzo que procura mayor bienestar - aquel esfuerzo que acrecienta la variedad de mis adquisiciones, que me eleva, que de verdad me redime.No hay, por lo tanto, felicidad posible para el trabajador que durante toda su vida está ocupado en resolver el terrible problema del hambre.No hay felicidad posible para el paria que no tiene otra preocupación que su trabajo, que no dispone sino del tiempo que dedica al trabajo. Su vida es bien triste, bien desoladora, y para poder soportarla arrastrarla, aceptarla sin rebelarse, se precisa, un gran coraje o una gran dosis de cobardía.Del deseo de vivir, de la desesperación íntima y profunda que nos coloca frente a la perspectiva de toda una vida consumida, para beneficio de gente indigna, de la desolación sentida al perder la esperanza en una salvación colectiva durante la fugaz trayectoria de nuestra breve existencia: he ahí de lo que está formada la rebelión individual; he ahí de qué fuegos están alimentados los actos de expropiación individual.
Triste, muy triste, es la vida del trabajador inconsciente; pero, ¡ay de mí!, la vida del anarquista es verdaderamente trágica.Si vosotros nos sentís todos los sufrimientos, toda la desesperación de vuestra trágica situación, permitidme deciros que tenéis piel de conejo y que el yugo no os está tan mal. Y si el yugo no os pesa; si por vuestra situación particular no sentís la apresión directa del patrón; si, a pesar de todas vuestras superficiales lamentaciones, no podéis vivir sin el trabajo, por qué no sabéis cómo ocupar vuestras horas de ocio, y a falta de un trabajo manual, os aburrís terriblemente; si sabéis aguantar la disciplina cotidiana de la oficina, respetar los continuos reproches de los capataces imbéciles o malvados, reventar de trabajo primero, y de hambre después, sin que sintáis las ganas de abrazar al más odioso de los criminales, de llamarlo hermano y no sentiros invadir la ternura hacia el oficio de verdugo, vosotros no habéis alcanzado el grado necesario de sensibilidad para comprender los sufrimientos espirituales y los motivos sociales que determinan los actos de expropiación individual, -de aquellos de los cuales yo hablo- y todavía menos tenéis derecho de condenarles.
Porque no sólo el anarquista constata todo lo odioso de un trabajo bestial, criminal y no pocas veces inútil para el bien suyo y el de la humanidad; no solamente se ve obligado a participar él mismo en el mantenimiento de su propia esclavitud, la de sus compañeros y la del pueblo en general, sino que debe ejecutar este trabajo en una forma y condiciones tan horribles, tan insoportables y llenas de peligro que su vida se siente amenazada todos los instantes de la larga jornada; porque su trabajo, ciertos trabajos que deben efectuar algunas categorías de obreros (y digo "categorías" porque hay varios obreros que no conocen la bestialidad y el peligro terrible de ciertos trabajos ejecutados por otros trabajadores), no solamente implican una verdadera esclavitud, sino que se asemejan a un verdadero suicidio.En el fondo de las minas, al lado de las máquinas monstruosas, en las infernales fundiciones, en medio de los productos malsanos, la muerte está siempre en acecho.
Cuerpos que se vuelven tísicos, pulmones envenenados, miembros lacerados, cuerpos curvados, ojos privados de la luz eterna, cráneos aplastados, he ahí lo que los honrados trabajadores, a millares ganan con el sudado pan. Y ninguna piedad para ellos, ninguna moral, ninguna religión para conmover al aprovechador que junta sus millones amasados con diarios crímenes cometidos para obtener un poco más de beneficio, para llevar a sus cajas unos centavos más.¡Es necesario, por lo tanto, rodearlo de nuestra ternura, vaciar nuestro depósito lacrimógeno ante la mala fortuna que puede caer sobre la cabeza de alguno de ellos, por el hecho forzado de alguno de los nuestros!Verdad, es que debemos mostrarnos buenos, humanos, generosos cuando se trata de respetar la bolsa o la piel de nuestros enemigos, y buenas bestias cuando nuestros enemigos nos hacen reventar.¿De modo qué individualmente, no tenemos el derecho de tomar en nuestras manos la espada de la justicia sin el consentimiento colectivo? - ¡No violéis la virginidad de la moral común con vuestros todavía no santificados pecados! ¡Un poco de paciencia, hermanos míos, que el reino del Señor vendrá para todos!"Si tenéis hambre, gruñid, pero quietos: nosotros no estamos todavía prontos. Si se os apalea, rugid, pero no os mováis: tenemos aún plomo en los pies. Si se os masacra, después de haberos robado, ¡alto ahí! Volved la cara al ladrón, nosotros os proclamaremos héroes. Pero si queréis recobrar el dinero sin nuestro consentimiento, aunque fuese con vuestro único riesgo, no lo hagáis, porque entonces no seréis más que villanos bandidos. Es la moral, nuestra moral".¡Mierda, entonces!Y me será permitido hacer una pregunta, la siguiente: cuando el capital me roba y me hace morir de hambre, ¿quién es el robado y quién el que muere de hambre: yo o la colectividad? ¿Yo? Y ¿por qué, entonces, solamente la colectividad tendrá el derecho de atacar y defenderse?Yo sé que la acción del expropiador se puede prestar a muchas falsas interpretaciones, a muchos equívocos. Pero la culpa de todo esto, la responsabilidad por la falsificación de los motivos éticos, sociales y psicológicos que han determinado y determinan -en su gran mayoría- los actos individuales de expropiación, cae principalmente -en gran parte- sobre la mala fe de sus críticos.
No por esto quiero sostener que todos sus críticos son de mala fe, porque sé muy bien que existe gran parte de compañeros que cree sinceramente que estos actos son nocivos a los fines inmediatos de nuestra propaganda. Cuando hablo de mala fe, quiero señalar a aquellos anarquistas tan sectarios y tan individualófobos, que a cada acto de expropiación empiezan por llamarlo "robo", queriendo con esto negar al gesto cualquier base social y éticamente justificable desde el punto de vista anarquista, para asociarlo y ponerlo en común con todos aquellos individuos vulgares e inconscientes (en gran, parte también excusables porque son productos genuinos del presente sistema social) que hacen el ladrón con la misma indiferencia que harían el verdugo si esta última profesión les procurase aquello que buscan.Sin embargo, yo estoy bien lejos de justificar siempre y en todas las circunstancias al expropiador. Una cosa que encuentro condenable en cierto número de expropiadores, es la corrupción a que se entregan cuando un buen golpe les ha salido bien. En ciertos casos, lo admito, la crítica y la condenación están bien justificadas, pero a pesar de todo esto, ella no puede llegar más allá de aquella hecha al buen trabajador que consume su sueldo en borracherías y prostíbulos, hecho que, desgraciadamente, ocurre todavía y demasiado frecuentemente entre los nuestros.Ha sido dicho por ciertos críticos que la apología del acto individual engendra en ciertos anarquistas el utilitarismo mezquino, una mentalidad estrecha y en contradicción con los principios de la anarquía, suposición tan antojadiza como decir que cada anarquista que tenga contacto con elementos no anárquicos, acaba por pensar en forma antianárquica.Pero hay una cosa que no quiero olvidarme de decir, y es la siguiente: siendo la expropiación un medio para substraerse individualmente a la esclavitud, los riesgos deben ser soportados individualmente, y los compañeros que practican la expropiación "per se" pierden todo derecho -aunque exista para las otras actividades anarquistas, y yo no lo creo- a reclamar la solidaridad de nuestro movimiento cuando caen en desgracia.La intención mía en este estudio no es la de hacer la apología de éste o de aquel hecho, sino la de llegar a las raíces del problema, la de defender el principio y el derecho a la expropiación, y el mal uso que ciertos expropiadores hacen del fruto de sus empresas, no destruye el hecho mismo, como le hecho de que existan perfectos canallas que se llaman anarquistas, no destruye el contenido ideológico de la anarquía.Examinemos una más grave acusación, la condena máxima: aquella que sostiene que los actos de expropiación individual atentan contra los principios anarquistas.Se ha llamado a los expropiadores, parásitos, ¡y es cierto! Son parásitos; no producen nada. Pero son parásitos involuntarios, forzados, porque en la presente sociedad, no puede haber más que parásitos o esclavos.No hay duda alguna que son parásitos, pero lo que nadie podrá hacer es llamarles esclavos. Los esclavos, en cambio, en su gran mayoría, son también parásitos mucho más costosos que aquellos. Y el parasitismo de esta mayoría de productores es mucho más inmoral, cobarde y humillante que aquel de los expropiadores.¿Llamaréis productor, trabajador honrado o parásitos a aquel que está empleado en la fabricación de joyas, de tabaco, de alcohol, u ocupado nel far la ... serva al prete? (N. de R. "hacerle de sirvienta al cura").Se me dirá que este parasitismo también es impuesto, que la necesidad de vivir nos obliga, a pesar nuestro, a someternos a esta actividad negativa y dañosa.Y con esta pobre excusa, con este cobarde pretexto se gana el pan nuestro, en forma vergonzosa y hasta criminal.
Verdadera complicidad en el delito; criminalidad no inferior a aquella de los primeros responsables: los burgueses.Y después de todo, ¿podréis negar que el rehusarse a colaborar en los embrollos de este régimen criminal, no es mucho más anárquico que el primero? ¿Podréis negar, acaso, que los dos tercios de la población de nuestras metrópolis sean parásitos?Es innegable que si por productores se calculan sólo aquellos que están ocupados en una producción verdaderamente útil, la humanidad, en su gran mayoría, se debe considerar parásita. Trabajéis o no trabajéis, si no formáis parte de la categoría de los campesinos o de las pocas categorías verdaderamente útiles, no podéis ser más que parásitos, aunque os creáis trabajadores honrados.Entre el parásito-trabajador que se somete a la esclavitud económico-capitalista y el expropiador que se rebela, prefiero a este último.
Este es un rebelde en acción, el otro es un rebelde que ladra, pero ... no muerde, o morderá solamente el día de la santísima redención.Dividido el esfuerzo entre toda la colectividad, dos o tres horas de trabajo, al día serían suficientes para producir todo lo que se necesitaría para llevar una vida holgada. Tenemos, por lo tanto, derecho al ocio, derecho al reposo. Si el presente sistema social nos niega este derecho es preciso conquistarlo por cualquier medio.Es triste, en verdad, el tener que vivir del trabajo de otros. Se prueba la humillación al sentirse igualados a los parásitos burgueses, pero se saborean también grandes satisfacciones.Parásitos sí; pero no se beben las amargas heces de la sabida vileza, de la consentida expresión, no se sienten los tormentos de saberse uno de aquellos que, humillados van uncidos al carro del triunfador, regando el camino con su propia sangre; uno de aquellos que ofrecen riquezas a los parásitos y mueren de hambre sin osar rebelarse; uno de aquellos que construyen palacios y viven en tugurios, que cultivan el trigo y no pueden quitar el hambre a sus chicos; uno de la muchedumbre anónima y envilecida que se yergue un segundo al recibir el golpe del amo, pero que se somete todos los días, se conforma con el estado social, actual y, depuesta su momentánea actitud, tolera, ayuda y ejecuta todas las infamias, todas la bajezas.No productores, es cierto, pero no cómplices. No productores, sí; ladrones si queréis -si vuestra poltronería tiene necesidad de otra ruindad para consolarse,- pero no esclavos. Desde hoy, cara a cara, mostrando los dientes al enemigo.Desde hoy, temidos y no humillados.
Desde hoy, en estado de guerra contra la sociedad burguesa. Todo, en el actual mundo capitalista, es indignidad y delito; todo nos da vergüenza, todo nos causa náuseas, nos da asco. Se produce, se sufre y se muere como un perro. Dejad, al menos, al individuo la libertad de vivir dignamente o de morir como hombre, si vosotros queréis agonizar en esclavitud.El destino del hombre, se ha dicho, es aquel que él mismo se sabe forjar; y hoy no hay más que una alternativa: o en rebeldía o en esclavitud.
(texto publicado en el número 8 -mayo 2007- de la edición en papel de la revista Rojoscuro, pero cuyo original fue redactado por Severino Di Giovanni bajo el pseudonimo de "Briand")
Al contrario, lo odiamos, lo maldecimos: lo cual no impide que lo suframos y lo persigamos por todas partes. Y mientras imprecamos en su contra, lo maldecimos también porque se nos va, porque es inconstante, porque nos abandona -después de un breve tiempo: seis meses, un mes una semana un solo día. Y he aquí que transpuesta la semana, pasado el día, la búsqueda empieza de nuevo con toda la humillación que ella entraña para nuestra dignidad de hombres; con el escarnio que implica a nuestras hambres: con la befa moral nuestro orgullo de individuos conscientes de este ultraje, relajándonos y pisoteando nuestros derechos rebeldes, de anarquistas.
Nosotros, anarquistas, sentimos la humillación de esta lucha para huirle al hambre y sufrimos la ofensa de tener que mendigar un pedazo de pan que nos es concedido de cuando en cuando como una limosna y a condición de renegar o poner en el desván de los trastos inútiles nuestro anarquismo (si no queréis usar de medios ilegales para defender vuestro derecho a la vida, sólo os quedará como lugar de reposo el cementerio), y sufrimos más, porque tenemos conciencia de la injusticia que se realiza en contra nuestra.
Pero donde se agranda nuestro sufrimiento hasta adquirir caracteres trágicos, es al desentrañar la vergonzosa comedia de la falsa piedad que se desarrolla a nuestro derredor, mordiéndonos de rabia por nuestra impotencia y también por sentirnos un poco viles -vileza que es a veces justificada, pero que casi siempre no tiene justificación alguna frente a esta inicua y cínica hipocresía que nos hace pasar a nosotros, trabajadores, como los beneficiados, cuando somos los benefactores; que nos coloca en situación de mendigos a quienes se quita el hambre por misericordia, mientras, que en realidad somos nosotros los que damos de comer a todos los parásitos y les procuramos el bienestar de que gozan: que consumimos nuestras vidas entre los horrores de las privaciones, para saturar de goces las de ellos, para permitir sus expansiones, sus placeres, -su ocio,- teniendo conciencia del despojo a que se nos somete. Quiere prohibirsenos hasta el poder sonreír ante las maravillas de la naturaleza, porque se nos considera como instrumentos, nada más que como instrumentos para embellecer su vida parasitaria.Nos damos cuent de toda la insensatez de nuestros afanes; sentimos lo trágico, mejor dicho lo ridículo de nuestra situación: imprecamos, maldecimos, nos sabemos locos y nos sentimos viles, pero todavía continuamos bajo la influencia (como cualquier mortal) del ambiente que nos circunda, que nos envuelve en una malla de frívolos deseos, de mezquinas ambiciones de "pobres cristos" que creen mejorar un poco sus condiciones materiales, intentando arrancar de entre los dientes de los lobos -de los que poseen y defienden la riqueza- una migaja de pan que no se consigue más que al elevado precio de nuestra carne y de nuestra sangre dejadas en los engranajes del mecanismo social.Y, a pesar nuestro, por necesidad o sugestión colectiva, nos dejamos arrastrar por el torbellino de la locura común.
Y rotas, en nosotros, las fuerzas que nos mantienen íntegros en nuestra conciencia que ve claro en las cosas y sabe que no lograremos nunca por este camino destrozar las cadenas que nos mantienen esclavos, porque no se destruye la autoridad colaborando con ella, ni se disminuye el poder ofensivo del capital ayudando a acumularlo con nuestro trabajo, con nuestra producción; rotas estas resistencias, decía, comenzamos a acelerar el paso y bien pronto veloz carrera, loca carrera sin sentido ni fin, que no nos conduce más que a soluciones transitorias, siempre vanas e inútiles.¿Qué decir? ¿Avidos de ganancia? ¿Sugestión del ambiente? ¿Insensatez? De todo un poco, aunque bien sabemos que con nuestro trabajo, bajo las condiciones del sistema capitalista, no resolveremos ningún problema esencial de nuestras vidas, salvo raros casos particulares y condiciones especiales.
Cada aumento de nuestra actividad en el presente sistema social no tiene otro resultado que un aumento de la explotación en nuestro daño.Impostores son aquellos que afirman que la riqueza es fruto del trabajo, del trabajo honesto, individual.Pasemos adelante. ¿Para qué detenerse a rebatir los sofismas de ciertas teorías económicas que no son sinceras ni honradas y que sólo convencen a los pobres de espíritu -desgraciadamente son la mayoría de la sociedad,- que no persiguen otra finalidad que la de cubrir torpes intereses con la apariencia de la legalidad y del derecho. Todos vosotros sabéis que el trabajo honrado, el trabajo que no explota a otros, no ha creado nunca, en el presente sistema, el bienestar de persona alguna y mucho menos, su riqueza puesto que esta es el fruto de la usura y de la explotación, las cuales no se diferencian del crimen más que en las formas exteriores.
Después de todo, no nos interesa un relativo bienestar material obtenido por la extenuación de nuestros músculos y de nuestro cerebro: queremos, sí, el bienestar adquirido por la posesión completa, absoluta del producto de nuestro esfuerzo, la posesión incontrastable de todo aquello que sea creación individual.Estamos, entonces, consumiendo nuestra existencias a total beneficio de nuestros explotadores, persiguiendo un bienestar material ilusorio, eternamente fugitivo, jamás realizable en una forma concreta, estable, porque la liberación de la esclavitud económica no nos podrá llegar por medio de un aceleramiento de nuestra actividad en la producción capitalista, sino con la creación consciente, útil, y con la posesión de lo que se produce.Es falso decir: "una buena recompensa, un buen salario por una buena jornada de trabajo". Confiesa esta frase que deben existir los que producen y los que se adueñan del producto, y que después de haber quitado una buena parte para ellos -aún no habiendo participado en su creación- distribuyen, en base de criterio y principios absurdos, enteramente arbitrarios, aquello que creen conveniente darle al verdadero productor.
Establece la retribución parcial, el robo, la injusticia: consagra, por lo tanto, de hecho, la explotación.El productor no puede aceptar como base equitativa y justa la retribución parcial. Solamente la posesión integra puede establecer las bases de la Justicia Social. Por consecuencia, todo concurso nuestro a la producción capitalista es un consentimiento y una sumisión a la explotación que se ejerce sobre nosotros. Cada aumento de producción es un remache más para nuestras cadenas, es agravar nuestra esclavitud.Más trabajamos para el patrón, más consumimos nuestra existencia, encaminándonos rápidamente hacia un fin próximo.Más trabajamos, menos tiempo nos queda para dedicarlo a actividades intelectuales o ideales; menos podemos gustar la vida, sus bellezas, las satisfacciones que nos puede ofrecer; menos disfrutamos de las alegrías, los placeres, el amor.
No se puede pedir a un cuerpo cansado y consumido que se dedique al estudio, que sienta el encanto del arte: poesía, música, pintura, ni menos que tenga ojos para admirar las infinitas bellezas de la naturaleza. Un cuerpo exhausto, extenuado por el trabajo, agotado por el hambre y la tisis no apetece más que dormir y morir. Es una torpe ironía, una befa sangrienta, el afirmar que un hombre, después de ocho o más horas de un trabajo manual, tenga todavía en sí fuerzas para divertirse, para gozar en una forma elevada, espiritual. Sólo posee, después de la abrumadora tarea, la pasividad de embrutecerse, porque para esto no necesita más que dejarse caer, arrastrar.A pesar de sus hipócritas cantores, el trabajo, en la presente sociedad, no es sino una condena y una abyección.
Es una usura, un sacrificio, un suicidio.¿Qué hacer? Concentrar nuestros esfuerzos para disminuir esta locura colectiva que marcha hacia el enervamiento. Es preciso poner en guardia al productor en contra de este fatigoso afán, tan inútil como idiota. Es necesario combatir el trabajo material, reducirlo al mínimo, volverse vagos mientras vivamos en el sistema capitalista bajo el cual debemos producir.El ser trabajador honrado, hoy día, no es ningún honor, es una humillación, una tontería, una vergüenza, una vileza.
El llamarnos "trabajadores honrados" es tomarnos el pelo, es burlarse de nosotros, es, después del daño, agregarnos la burla.¡Oh soberbios y magníficos vagabundos que sabéis vivir al margen de las conformaciones sociales, yo os saludo! Humillado, admiro vuestra fiereza y vuestro espíritu de insumisión y reconozco que tenéis mucha razón en gritarnos: "es fácil acostumbrarse a la esclavitud".***¡No!, el trabajo no redime, sino que embrutece. Los bellos cantos a las masas activas, laboriosas, pujantes: los himnos a los músculos vigorosos: las aladas peroraciones al trabajo que ennoblece, que eleva, que nos libra de las malas tentaciones y de todos los vicios, no son más que puras fantasías de gentes que nunca han tomado el martillo ni el escalpelo, de gentes que nunca han encorvado el lomo sobre un yunque, que jamás se han ganado el pan con el sudor de su frente.
La poesía consagrada al trabajo manual no es más que una irrisión y un engaño que nos deberían hacer sonreír, si no llenarnos de indignación y rebeldía.¡La belleza del trabajo ... el trabajo que eleva, ennoblece, redime! ...¡Si, si! Mirad allá, a lo lejos. Son los obreros que salen de las fábricas que surgen de las minas, que abandonan los puertos, los campos, después de la jornada de trabajo. ¡Miradlos, miradlos! Apenas si sus piernas pueden soportar aquellos cuerpos derrengados. Escrutad esas caras pálidas, mustias, extenuadas.
Asomaos a esos ojos tristes, mortecinos, sin luz, sin vitalidad. ¡Ah, los bellos, los potentes músculos ... la alegría de los corazones por el trabajo que ennoblece! ...Penetrad en aquella fábrica y observarlos en su actividad. Enclavados cojo parte integrante de la máquina, están constreñidos a repetir por mil, por diez mil veces el mismo movimiento, automáticamente, como la máquina, sin que casi sea necesaria la intervención de sus cerebros. Podrían muy bien haberlos dejado en sus casos, puesto que una vez emplazados en sus puestos, continuaría igualmente sus trabajos. No conservan nada de la propia personalidad, de la propia individualidad. No son seres sensibles, pensantes, creadores. No son más que cosas sin espiritualidad, sin impulso propio. Van porque todos van. Se mueven con ritmo uniforme, igual, sin independencia. Se les ha ordenado ejecutar aquel movimiento y lo deben hacer hoy, mañana, .. ¡siempre! ... ¡cómo las máquinas! ...Hemos llegado a la destrucción completa de la personalidad humana en el ochenta por ciento de la producción moderna.
No se hallan ya los artesanos, los artistas. La producción capitalista, no los pide, no los precisa. Se han inventado cosas para cada necesidad y máquinas para hacerlo todo, y hemos llegado al punto de tener que crear nuevas necesidades para poder fabricar nuevos productos. En realidad es esto lo que ya se hace y es por esto que la vida se va siempre complicando más y el vivir se hace cada día más difícil.Se ha suprimido la estética de las cosas y no se crea más que en serie, en montón. Se han educado los gustos en línea general; se ha distribuido en los individuos cualquier, originalidad artística, cualquier antojo diferente, y se ha alcanzado -¡oh, prodigio de la propaganda!- hacer apetecer a la generalidad aquello que a los capitalistas conviene fabricar: una misma cosa para cada individualidad distinta.
Ya no se tiene necesidad de seres que creen, sino de entes que fabriquen; ya no existen -¡ay!- artistas, obreros intelectuales; sólo quedan obreros manuales. No se pone más a prueba nuestra inteligencia; en cambio, se mira si tenéis buenos músculos, si sois vigorosos. No se mira mucho lo que sabéis, sino cuánto podréis producir. No sois vosotros los que hacéis marchar la máquina, es la máquina la que os hace marchar. ¡Y aunque parezca paradoja! -y no es más que la pura realidad- es también la maquina la que "piensa" lo que ha de hacerse, quedándoos a vosotros sólo la obligación de servirla, de hacer lo que ella enseña.
Es ella el cerebro y vosotros el brazo; ella la materia pensante, creadora y vosotros la materia bruta, autómata: ella, la individualidad, vosotros la ... máquina.¡Horror! Si una sola individualidad se introdujese en el funcionamiento de la oficina Ford, por ejemplo, ella destruiría todo el engranaje de la producción.***Los obreros no son más que presidiarios. O, si os ha de servir de mayor consuelo, soldados acuartelados en las fábricas. Todos marchan al mismo paso; todos hacen -a pesar de la variedad de los objetos- los mismos movimientos. No encontramos ya ninguna satisfacción en los trabajos que hacemos; no nos apasionamos por ellos, porque nos sentimos completamente extraños a los mismos. Seis, ocho, diez horas de trabajo, son seis, ocho, diez horas de sufrimiento, de angustia.No amamos, no, el trabajo; lo odiamos. No es nuestra liberación, ¡es nuestra condena! No nos eleva y libra de los vicios; nos abate físicamente y nos aniquila moralmente hasta tal extremo que nos deja incapacitados para sustraernos a ellos. Será necesario realizar estos trabajos, lo sé, pero será siempre de mala gana si se quiere mantener también mañana el presente sistema por economía de esfuerzos. Será siempre sufriendo aún cuando la jornada sea reducida a menos horas.
Yo no sé qué piensan los animales de la carga que se les coloca sobre el lomo; pero lo que si sé decir por lo que observo y por lo que por mi mismo siento, es que el hombre no ejecuta con alegría, con verdadera satisfacción, más que los trabajos intelectuales, artísticos. Si al menos no considerase malgastado e inútil su sacrificio, el hombre se armaría de coraje y su fatiga le parecería menos amarga, menos dolorosa. Pero cuando observa que todo su esfuerzo es malgastado, que no es sino el trabajo de Sisifo con innumerables desastres y sacrificios en cada recaída, entonces el coraje huye de su corazón y en cada ser consciente, en cada ser sensible y humano, el odio se enciende en contra de este bárbaro y criminal estado de cosas y la aversión y la rebeldía en contra del trabajo es inevitable.
Se comprende, entonces, que existan los desconformes que no quieren doblegarse a esta esclavitud repugnante. Se comprende que existan los vagabundos indomables que prefieren la incertidumbre de su mañana -la mayoría de las veces sin el mísero mendrugo acordado al trabajador constante- antes que someterse a este sistema humillante. Se comprende la bohemia incorregible, sin genio si queréis, pero que no forma parte en el cortejo humillante de los arias ... Y se comprende, también, a los grandes haraganes, los ociosos ideales que pasando su vida en completa hermandad con la naturaleza, gozando al contemplar las maravillosas auroras, los melancólicos crepúsculos, colmando sus espíritus de melodías que sólo una vida simple y libre puede procurarles, imponiendo silencio a las imperiosas necesidades del hambre por no caer en la esclavitud en la cual nosotros estamos hundidos.
Sentados al borde del camino observan con infinita tristeza, con profunda piedad, la negra caravana que todos los días se encamina dócil y deshecha hacia las fábricas -prisiones que los engullen ya exhaustos y los devuelven por la noche hechos cadáveres.Y huyen, huyen estos ociosos ideales con el corazón oprimido al ver tanta estulticia, tanta miseria, tanta locura.
Huyen hacia la vida libre, indócil, no conformista diciéndole a su corazón que antes de someterse cada día a esta vida miserable, vil y privada de elevación y espiritualidad, la muerte es preferible.Odiar el trabajo manual en régimen capitalista, no significa ser enemigo de toda actividad, como aceptar la expropiación individual no equivale a hacer la guerra al trabajador-productor, sino al capitalista-explotador.Estos vagabundos ideales a los que tanto admiro, tienen una actividad, viven una intensa vida espiritual, riquísima en experiencias, observaciones, goces. Son enemigos del trabajo, porque encuentran malgastados en gran parte sus esfuerzos en aquella dirección; no pueden, por lo tanto, someterse a la disciplina que exige aquella especie de actividad, y no quieren tolerar que se haga de ellos una máquina sin cerebro, que se mate, en fin, en ellos aquella personalidad, que es lo que más aprecian.
Entre estos vagabundos espirituales, -refractarios a la domesticación y disciplina capitalistas, -es necesario buscar los expropiadores los partidarios de la expropiación individual, aquellos que no quieren esperar a que las masas estén preparadas y dispuestas para cumplir el acto colectivo de justicia social. Estudiando bien los matices psicológicos, éticos y sociales que determinan esa actitud en ellos, sabremos comprender, justificar y apreciar mejor sus actos y también defenderlos de los ataques biliosos de muchos de aquellos que aún compartiendo las mismas ideas sobre muchos otros problemas, se afanan en tirar fango sobre, estos impacientes que no saben resignarse hasta que llegue el día de la redención colectiva.El derecho a la expropiación individual no se puede negar, basándose sobre un cierto derecho colectivo a la expropiación. Si fueramos socialistas o comunistas-bolcheviques, podríamos negar al individuo el derecho de apropiarse -por los medios que estime más convenientes- de aquella parte de riqueza que a él como productor le pertenece. Porque los bolcheviques y los socialistas niegan la propiedad individual y admiten una sola forma de propiedad: la colectiva. Pero este no es el caso de los anarquistas, sean individualistas o comunistas, pues todos teórica y prácticamente admiten tanto la propiedad individual como la colectiva. Y si admite el derecho a la posesión individual, ¿cómo podría negarse al individuo el mismo derecho a servirse de los medios que crea oportunos para entrar en posesión de lo que le pertenece?Cada acreedor (y éste sería la clase productora frente a la capitalista) toma por la garganta a su deudor en la hora y en la forma que más le convenga, y se hace restituir su producto -el cual se le ha arrebatado con el engaño y la violencia- en el menor tiempo posible. El individuo, basándose en la libertad, -y la libertad es la doctrina de la anarquía,- es el único y solo árbitro y juez en este acto de restitución.
Se ha admitido la oportunidad y la necesidad de un acto colectivo, de una revolución social para expropiar a la burguesía, y el individuo, aún individualista, se asoció voluntario a esta idea, porque fue creencia general que un esfuerzo colectivo nos libraría más fácilmente de la esclavitud económica y política.Pero desde hace años esta confianza ha decrecido en muchos anarquistas.Ha tenido que admitirse, al fin, que una verdadera liberación, una liberación profunda, anárquica, que arrancara de la conciencia de las masas -con seguridad de nunca más volver- el fetiche autoridad y nos permite instaurar un estado de cosas que no violara la libertad de cada uno, necesita forzosamente una larga preparación cultural, por consecuencia, muchos años todavía de sufrimientos bajo la explotación capitalista. De esto ha derivado que muchos rebeldes nuestros, que en un primer momento habían abrazado con entusiasmo la idea de una revolución expropiadora se han dicho -sin disasociarse por esto del necesario trabajo de preparación revolucionaria- que tal espera significaba el sacrificio de toda su vida, consumida en condiciones odiosas y bestiales, sin ninguna alegría, sin goce alguno, y que la satisfacción moral de una lucha cumplida en pro de la liberación humana no era lenitivo suficiente para sus propias penas."No tenemos más que una vida -se han dicho en su corazón- y ésta se precipita hacia su fin con la rapidez del relámpago.
La existencia del hombre con relación al tiempo no es verdaderamente más que un instante fugaz. Si se nos esfuma este instante, si no sabemos extraerle el jugo que en forma de alegría nos puede dar, nuestra existencia es vana y desperdiciamos una vida de cuya pérdida no nos resarcirá la humanidad. Por lo tanto, es hoy cuando debemos vivir, no mañana. Es hoy cuando tenemos derecho a nuestra parte de placeres, y lo que hoy perdemos el mañana no nos lo puede restituir: está definitivamente perdido. Por eso es que hoy queremos gozar nuestra parte de bienes, es que hoy deseamos ser felices".Pero la felicidad no se alcanza en la esclavitud. La felicidad es un don del hombre libre, del hombre dueño de sí mismo, dueño de su destino; es el supremo don del hombre, hombre que se niega a ser bestia de carga, resignada bestia que sufre, produce y está privada de todo.
La felicidad se obtiene en el ocio. También se adquiere con el esfuerzo, pero con el esfuerzo útil, con el esfuerzo que procura mayor bienestar - aquel esfuerzo que acrecienta la variedad de mis adquisiciones, que me eleva, que de verdad me redime.No hay, por lo tanto, felicidad posible para el trabajador que durante toda su vida está ocupado en resolver el terrible problema del hambre.No hay felicidad posible para el paria que no tiene otra preocupación que su trabajo, que no dispone sino del tiempo que dedica al trabajo. Su vida es bien triste, bien desoladora, y para poder soportarla arrastrarla, aceptarla sin rebelarse, se precisa, un gran coraje o una gran dosis de cobardía.Del deseo de vivir, de la desesperación íntima y profunda que nos coloca frente a la perspectiva de toda una vida consumida, para beneficio de gente indigna, de la desolación sentida al perder la esperanza en una salvación colectiva durante la fugaz trayectoria de nuestra breve existencia: he ahí de lo que está formada la rebelión individual; he ahí de qué fuegos están alimentados los actos de expropiación individual.
Triste, muy triste, es la vida del trabajador inconsciente; pero, ¡ay de mí!, la vida del anarquista es verdaderamente trágica.Si vosotros nos sentís todos los sufrimientos, toda la desesperación de vuestra trágica situación, permitidme deciros que tenéis piel de conejo y que el yugo no os está tan mal. Y si el yugo no os pesa; si por vuestra situación particular no sentís la apresión directa del patrón; si, a pesar de todas vuestras superficiales lamentaciones, no podéis vivir sin el trabajo, por qué no sabéis cómo ocupar vuestras horas de ocio, y a falta de un trabajo manual, os aburrís terriblemente; si sabéis aguantar la disciplina cotidiana de la oficina, respetar los continuos reproches de los capataces imbéciles o malvados, reventar de trabajo primero, y de hambre después, sin que sintáis las ganas de abrazar al más odioso de los criminales, de llamarlo hermano y no sentiros invadir la ternura hacia el oficio de verdugo, vosotros no habéis alcanzado el grado necesario de sensibilidad para comprender los sufrimientos espirituales y los motivos sociales que determinan los actos de expropiación individual, -de aquellos de los cuales yo hablo- y todavía menos tenéis derecho de condenarles.
Porque no sólo el anarquista constata todo lo odioso de un trabajo bestial, criminal y no pocas veces inútil para el bien suyo y el de la humanidad; no solamente se ve obligado a participar él mismo en el mantenimiento de su propia esclavitud, la de sus compañeros y la del pueblo en general, sino que debe ejecutar este trabajo en una forma y condiciones tan horribles, tan insoportables y llenas de peligro que su vida se siente amenazada todos los instantes de la larga jornada; porque su trabajo, ciertos trabajos que deben efectuar algunas categorías de obreros (y digo "categorías" porque hay varios obreros que no conocen la bestialidad y el peligro terrible de ciertos trabajos ejecutados por otros trabajadores), no solamente implican una verdadera esclavitud, sino que se asemejan a un verdadero suicidio.En el fondo de las minas, al lado de las máquinas monstruosas, en las infernales fundiciones, en medio de los productos malsanos, la muerte está siempre en acecho.
Cuerpos que se vuelven tísicos, pulmones envenenados, miembros lacerados, cuerpos curvados, ojos privados de la luz eterna, cráneos aplastados, he ahí lo que los honrados trabajadores, a millares ganan con el sudado pan. Y ninguna piedad para ellos, ninguna moral, ninguna religión para conmover al aprovechador que junta sus millones amasados con diarios crímenes cometidos para obtener un poco más de beneficio, para llevar a sus cajas unos centavos más.¡Es necesario, por lo tanto, rodearlo de nuestra ternura, vaciar nuestro depósito lacrimógeno ante la mala fortuna que puede caer sobre la cabeza de alguno de ellos, por el hecho forzado de alguno de los nuestros!Verdad, es que debemos mostrarnos buenos, humanos, generosos cuando se trata de respetar la bolsa o la piel de nuestros enemigos, y buenas bestias cuando nuestros enemigos nos hacen reventar.¿De modo qué individualmente, no tenemos el derecho de tomar en nuestras manos la espada de la justicia sin el consentimiento colectivo? - ¡No violéis la virginidad de la moral común con vuestros todavía no santificados pecados! ¡Un poco de paciencia, hermanos míos, que el reino del Señor vendrá para todos!"Si tenéis hambre, gruñid, pero quietos: nosotros no estamos todavía prontos. Si se os apalea, rugid, pero no os mováis: tenemos aún plomo en los pies. Si se os masacra, después de haberos robado, ¡alto ahí! Volved la cara al ladrón, nosotros os proclamaremos héroes. Pero si queréis recobrar el dinero sin nuestro consentimiento, aunque fuese con vuestro único riesgo, no lo hagáis, porque entonces no seréis más que villanos bandidos. Es la moral, nuestra moral".¡Mierda, entonces!Y me será permitido hacer una pregunta, la siguiente: cuando el capital me roba y me hace morir de hambre, ¿quién es el robado y quién el que muere de hambre: yo o la colectividad? ¿Yo? Y ¿por qué, entonces, solamente la colectividad tendrá el derecho de atacar y defenderse?Yo sé que la acción del expropiador se puede prestar a muchas falsas interpretaciones, a muchos equívocos. Pero la culpa de todo esto, la responsabilidad por la falsificación de los motivos éticos, sociales y psicológicos que han determinado y determinan -en su gran mayoría- los actos individuales de expropiación, cae principalmente -en gran parte- sobre la mala fe de sus críticos.
No por esto quiero sostener que todos sus críticos son de mala fe, porque sé muy bien que existe gran parte de compañeros que cree sinceramente que estos actos son nocivos a los fines inmediatos de nuestra propaganda. Cuando hablo de mala fe, quiero señalar a aquellos anarquistas tan sectarios y tan individualófobos, que a cada acto de expropiación empiezan por llamarlo "robo", queriendo con esto negar al gesto cualquier base social y éticamente justificable desde el punto de vista anarquista, para asociarlo y ponerlo en común con todos aquellos individuos vulgares e inconscientes (en gran, parte también excusables porque son productos genuinos del presente sistema social) que hacen el ladrón con la misma indiferencia que harían el verdugo si esta última profesión les procurase aquello que buscan.Sin embargo, yo estoy bien lejos de justificar siempre y en todas las circunstancias al expropiador. Una cosa que encuentro condenable en cierto número de expropiadores, es la corrupción a que se entregan cuando un buen golpe les ha salido bien. En ciertos casos, lo admito, la crítica y la condenación están bien justificadas, pero a pesar de todo esto, ella no puede llegar más allá de aquella hecha al buen trabajador que consume su sueldo en borracherías y prostíbulos, hecho que, desgraciadamente, ocurre todavía y demasiado frecuentemente entre los nuestros.Ha sido dicho por ciertos críticos que la apología del acto individual engendra en ciertos anarquistas el utilitarismo mezquino, una mentalidad estrecha y en contradicción con los principios de la anarquía, suposición tan antojadiza como decir que cada anarquista que tenga contacto con elementos no anárquicos, acaba por pensar en forma antianárquica.Pero hay una cosa que no quiero olvidarme de decir, y es la siguiente: siendo la expropiación un medio para substraerse individualmente a la esclavitud, los riesgos deben ser soportados individualmente, y los compañeros que practican la expropiación "per se" pierden todo derecho -aunque exista para las otras actividades anarquistas, y yo no lo creo- a reclamar la solidaridad de nuestro movimiento cuando caen en desgracia.La intención mía en este estudio no es la de hacer la apología de éste o de aquel hecho, sino la de llegar a las raíces del problema, la de defender el principio y el derecho a la expropiación, y el mal uso que ciertos expropiadores hacen del fruto de sus empresas, no destruye el hecho mismo, como le hecho de que existan perfectos canallas que se llaman anarquistas, no destruye el contenido ideológico de la anarquía.Examinemos una más grave acusación, la condena máxima: aquella que sostiene que los actos de expropiación individual atentan contra los principios anarquistas.Se ha llamado a los expropiadores, parásitos, ¡y es cierto! Son parásitos; no producen nada. Pero son parásitos involuntarios, forzados, porque en la presente sociedad, no puede haber más que parásitos o esclavos.No hay duda alguna que son parásitos, pero lo que nadie podrá hacer es llamarles esclavos. Los esclavos, en cambio, en su gran mayoría, son también parásitos mucho más costosos que aquellos. Y el parasitismo de esta mayoría de productores es mucho más inmoral, cobarde y humillante que aquel de los expropiadores.¿Llamaréis productor, trabajador honrado o parásitos a aquel que está empleado en la fabricación de joyas, de tabaco, de alcohol, u ocupado nel far la ... serva al prete? (N. de R. "hacerle de sirvienta al cura").Se me dirá que este parasitismo también es impuesto, que la necesidad de vivir nos obliga, a pesar nuestro, a someternos a esta actividad negativa y dañosa.Y con esta pobre excusa, con este cobarde pretexto se gana el pan nuestro, en forma vergonzosa y hasta criminal.
Verdadera complicidad en el delito; criminalidad no inferior a aquella de los primeros responsables: los burgueses.Y después de todo, ¿podréis negar que el rehusarse a colaborar en los embrollos de este régimen criminal, no es mucho más anárquico que el primero? ¿Podréis negar, acaso, que los dos tercios de la población de nuestras metrópolis sean parásitos?Es innegable que si por productores se calculan sólo aquellos que están ocupados en una producción verdaderamente útil, la humanidad, en su gran mayoría, se debe considerar parásita. Trabajéis o no trabajéis, si no formáis parte de la categoría de los campesinos o de las pocas categorías verdaderamente útiles, no podéis ser más que parásitos, aunque os creáis trabajadores honrados.Entre el parásito-trabajador que se somete a la esclavitud económico-capitalista y el expropiador que se rebela, prefiero a este último.
Este es un rebelde en acción, el otro es un rebelde que ladra, pero ... no muerde, o morderá solamente el día de la santísima redención.Dividido el esfuerzo entre toda la colectividad, dos o tres horas de trabajo, al día serían suficientes para producir todo lo que se necesitaría para llevar una vida holgada. Tenemos, por lo tanto, derecho al ocio, derecho al reposo. Si el presente sistema social nos niega este derecho es preciso conquistarlo por cualquier medio.Es triste, en verdad, el tener que vivir del trabajo de otros. Se prueba la humillación al sentirse igualados a los parásitos burgueses, pero se saborean también grandes satisfacciones.Parásitos sí; pero no se beben las amargas heces de la sabida vileza, de la consentida expresión, no se sienten los tormentos de saberse uno de aquellos que, humillados van uncidos al carro del triunfador, regando el camino con su propia sangre; uno de aquellos que ofrecen riquezas a los parásitos y mueren de hambre sin osar rebelarse; uno de aquellos que construyen palacios y viven en tugurios, que cultivan el trigo y no pueden quitar el hambre a sus chicos; uno de la muchedumbre anónima y envilecida que se yergue un segundo al recibir el golpe del amo, pero que se somete todos los días, se conforma con el estado social, actual y, depuesta su momentánea actitud, tolera, ayuda y ejecuta todas las infamias, todas la bajezas.No productores, es cierto, pero no cómplices. No productores, sí; ladrones si queréis -si vuestra poltronería tiene necesidad de otra ruindad para consolarse,- pero no esclavos. Desde hoy, cara a cara, mostrando los dientes al enemigo.Desde hoy, temidos y no humillados.
Desde hoy, en estado de guerra contra la sociedad burguesa. Todo, en el actual mundo capitalista, es indignidad y delito; todo nos da vergüenza, todo nos causa náuseas, nos da asco. Se produce, se sufre y se muere como un perro. Dejad, al menos, al individuo la libertad de vivir dignamente o de morir como hombre, si vosotros queréis agonizar en esclavitud.El destino del hombre, se ha dicho, es aquel que él mismo se sabe forjar; y hoy no hay más que una alternativa: o en rebeldía o en esclavitud.
(texto publicado en el número 8 -mayo 2007- de la edición en papel de la revista Rojoscuro, pero cuyo original fue redactado por Severino Di Giovanni bajo el pseudonimo de "Briand")
Texto sobre el Anarquismo Expropiador.
La expropiación fue un fenómeno que se dio dentro de la corriente del anarquismo individualistas, también llamado por la prensa burguesa como el “banditismo” o el “anarco-banditismo”, para designar las acciones que llevaban acabo una serio de anarquistas en Latinoamérica y Europa, cuya principal actividad insurgente era la de robar o atracar bancos y casinos para financiar actividades libertarias. Esta corriente comienza a finales del siglo XIX con las operaciones expropiadores del francés Alexander Marius Jacob y su agrupación conocida como los “Trabajadores de la Noche” para luego ser retomada en la década de los 20’s del siglo XX por ácratas como Miguel Arcángel Rosigna, Severino Di Giovanni, Buenaventura Durruti entre otros. La expropiación no es una ideología, ni tampoco es un presupuesto ideológico necesario para un anarquista, es una forma de actuar y de combatir al estado, fue una estrategia inserruccional aplicada sobre todo en Argentina durante la década de los 20’s antes de la llegada del déspota de Uriburu.
Hay que destacar dos tipos diferentes de expropiación, la expropiación antes de la revolución social, que es de la que trata este numero de Samizdat, y que se refiere a esa corriente de lucha, y la expropiación después o durante la revolución social, que esa sí incluye a todos los anarquistas y que se trata de la reconquista de los medios de producción para ponerlos al servicio de la nueva humanidad. Una se parece a la otra, la primera es un método de lucha, y no es obligatoria, mientras que la otra, es una necesidad emanada de las circunstancia y si es obligatoria.
La expropiación es la restitución de lo adeudado. El patrono (no se llama patrón, esta es una deformación lingüística, es patrono) roba al trabajador, le da una miseria por el trabajo que este ejerce, jamás el trabajador recibe la remuneración total, por su labor hecha, esta por lo general se la lleva el patrono, gran parasito social. La expropiación viene a ser la restitución al trabajador de lo que se le debe, de la totalidad de su obra, de su labor. La diferencia entre el robo y la expropiación, es que en esta última no hay posesión por parte del Sujeto Activo, este actúa como mero tramitador entre el poseedor ficticio y el verdadero detentador de la cosa, ergo, el poseedor real, y nos referimos a “poseedor real” y no “propietario” porque en el modelo de organización económica anarquista, no hay propietario sino simplemente poseedor o detentador de la cosa, la diferencia entre uno y otro radica en el hecho, de que el poseedor puede usar y gozar la cosa, mientras que el propietario puede usar, gozar y disponer la cosa. Como es plausible apreciar el individuo beneficiado de la cosa expropiada no puede disponer de ella, sin consultar en asamblea a los compañeros, es después de la consulta y si los compañeros dan el visto bueno a su propuesta es que este puede disponer de la cosa colectiva.
El objeto que es expropiado, por la acción colectiva o por la acción individual, pasa de ser propiedad privada a ser propiedad colectiva. Esto es sumamente importante, un expropiador que roba para su persona o sus allegados, y que hace del “robo” una forma de vida es considerado por el movimiento anarquista como un Burgués, un ser deplorable y un farsante ante la causa proletaria. Si el falso expropiador actúa de esa manera actúa como un burgués dueño de algún medio de producción, la diferencia entre uno y otro, seria que uno actúa en la clandestinidad, por la vía de la violencia física y el otro actúa de manera legal y amparado por las leyes coactivas, fantoches y pro-capitalistas.
Dentro del ámbito legal, hay una diferencia entre el robo y el tipo penal denominado “hurto”, el hurto es el apoderamiento de la cosa ajena sin la necesidad de ejercer violencia sobre la figura pasiva (el expropiado) mientras que el robo si necesita del uso de la violencia para constreñir al sujeto pasivo a que de lo deseado por el sujeto activo. Dentro de la corriente Expropiadora, estas ridículas diferencias, producto de la mente ociosa de los juristas, son dejadas a un lado. Tan expropiador es Alexander Marius Jacob que actuaba bajo la figura del hurto, como lo es el chileno Jorge Tamayo Gavilán que actuaba bajo la figura del robo.
Hay que acotar que la expropiación antes de la revolución social es solamente sobre bienes muebles y no sobre bienes inmuebles, los bienes muebles son aquellos que se pueden trasladar de un lugar a otro, sin mayor dificultad (carros, joyas, dinero, armas, etc.) mientras que los bienes inmuebles son aquellos que no se pueden trasladar de un lugar a otro (casas, edificios, fabricas, locales, etc.) Esto es un presupuesto ideológico que se cae de maduro. No ocurre lo mismo con los denominados bienes inmuebles por destinacion, que son aquellos bienes muebles que por su finalidad están destinados a un bien inmueble. Vgr una nevera destinada a una casa. Estos bienes si son expropiables. Solamente con el triunfo de las fuerzas vivas del mundo, mediante una revolución emancipadora y libertaria podrán devolver los bienes inmuebles a sus verdaderos y únicos detentadores posibles, el pueblo.
El patrono si es un ladrón, mientras que el expropiador es un justiciero, porque distribuye al expoliado lo que le pertenece. Aplica la “justicia distributiva” de Aristóteles. Actúa como apéndice de la confrontación social y más que una corriente es una forma de actuar y una actitud ante la vida. Desde Jacob hasta los “4 de Córdoba” o Yiannis Dimitraki, los bancos y lugares de ocio del capital tiemblan ante el accionar vindicador de estos muchachos.
Hay que destacar dos tipos diferentes de expropiación, la expropiación antes de la revolución social, que es de la que trata este numero de Samizdat, y que se refiere a esa corriente de lucha, y la expropiación después o durante la revolución social, que esa sí incluye a todos los anarquistas y que se trata de la reconquista de los medios de producción para ponerlos al servicio de la nueva humanidad. Una se parece a la otra, la primera es un método de lucha, y no es obligatoria, mientras que la otra, es una necesidad emanada de las circunstancia y si es obligatoria.
La expropiación es la restitución de lo adeudado. El patrono (no se llama patrón, esta es una deformación lingüística, es patrono) roba al trabajador, le da una miseria por el trabajo que este ejerce, jamás el trabajador recibe la remuneración total, por su labor hecha, esta por lo general se la lleva el patrono, gran parasito social. La expropiación viene a ser la restitución al trabajador de lo que se le debe, de la totalidad de su obra, de su labor. La diferencia entre el robo y la expropiación, es que en esta última no hay posesión por parte del Sujeto Activo, este actúa como mero tramitador entre el poseedor ficticio y el verdadero detentador de la cosa, ergo, el poseedor real, y nos referimos a “poseedor real” y no “propietario” porque en el modelo de organización económica anarquista, no hay propietario sino simplemente poseedor o detentador de la cosa, la diferencia entre uno y otro radica en el hecho, de que el poseedor puede usar y gozar la cosa, mientras que el propietario puede usar, gozar y disponer la cosa. Como es plausible apreciar el individuo beneficiado de la cosa expropiada no puede disponer de ella, sin consultar en asamblea a los compañeros, es después de la consulta y si los compañeros dan el visto bueno a su propuesta es que este puede disponer de la cosa colectiva.
El objeto que es expropiado, por la acción colectiva o por la acción individual, pasa de ser propiedad privada a ser propiedad colectiva. Esto es sumamente importante, un expropiador que roba para su persona o sus allegados, y que hace del “robo” una forma de vida es considerado por el movimiento anarquista como un Burgués, un ser deplorable y un farsante ante la causa proletaria. Si el falso expropiador actúa de esa manera actúa como un burgués dueño de algún medio de producción, la diferencia entre uno y otro, seria que uno actúa en la clandestinidad, por la vía de la violencia física y el otro actúa de manera legal y amparado por las leyes coactivas, fantoches y pro-capitalistas.
Dentro del ámbito legal, hay una diferencia entre el robo y el tipo penal denominado “hurto”, el hurto es el apoderamiento de la cosa ajena sin la necesidad de ejercer violencia sobre la figura pasiva (el expropiado) mientras que el robo si necesita del uso de la violencia para constreñir al sujeto pasivo a que de lo deseado por el sujeto activo. Dentro de la corriente Expropiadora, estas ridículas diferencias, producto de la mente ociosa de los juristas, son dejadas a un lado. Tan expropiador es Alexander Marius Jacob que actuaba bajo la figura del hurto, como lo es el chileno Jorge Tamayo Gavilán que actuaba bajo la figura del robo.
Hay que acotar que la expropiación antes de la revolución social es solamente sobre bienes muebles y no sobre bienes inmuebles, los bienes muebles son aquellos que se pueden trasladar de un lugar a otro, sin mayor dificultad (carros, joyas, dinero, armas, etc.) mientras que los bienes inmuebles son aquellos que no se pueden trasladar de un lugar a otro (casas, edificios, fabricas, locales, etc.) Esto es un presupuesto ideológico que se cae de maduro. No ocurre lo mismo con los denominados bienes inmuebles por destinacion, que son aquellos bienes muebles que por su finalidad están destinados a un bien inmueble. Vgr una nevera destinada a una casa. Estos bienes si son expropiables. Solamente con el triunfo de las fuerzas vivas del mundo, mediante una revolución emancipadora y libertaria podrán devolver los bienes inmuebles a sus verdaderos y únicos detentadores posibles, el pueblo.
El patrono si es un ladrón, mientras que el expropiador es un justiciero, porque distribuye al expoliado lo que le pertenece. Aplica la “justicia distributiva” de Aristóteles. Actúa como apéndice de la confrontación social y más que una corriente es una forma de actuar y una actitud ante la vida. Desde Jacob hasta los “4 de Córdoba” o Yiannis Dimitraki, los bancos y lugares de ocio del capital tiemblan ante el accionar vindicador de estos muchachos.
(Rexto extraido de la ediorial de la publicación "SAMIZDAT" redactada por Rodolfo Montes de Oca, algun mes del año 2006)
Anarquismo expropiador en Río de la Plata
La expropiación fue una práctica que desempeñaron frecuentemente grupos e individuos del movimiento libertario a lo largo de la historia. Las características que adquirió este accionar en las primeras décadas del siglo XX en el Río de la Plata, la convirtieron en centro de debates sobre el camino de la práctica revolucionaria dentro de los grupos libertarios, motivando profundas divisiones en algunos casos.
Ahora bien, ¿que buscaban los anarquistas con la expropiación?; ¿tenían medios alternativos de financiamiento a la expropiación?; o ¿simplemente eran delincuentes, ladrones, como se los llamaba en esa época?
Debatir acerca de la expropiación, es debatir en torno a la metodología de acción plausible de los grupos libertarios. Expropiar significa quitar recursos económicos, estatales o privados, que son (o constituyen) propiedad privada de las clases dominantes, para pasarlos a manos de las clases dominadas. Estos recursos toman la forma de propiedad colectiva en el caso particular de los expropiadores anarquistas.
Una vez que se contaba con esos recursos los mismos se destinaban a la financiación de los colectivos políticos en los que estaban insertos los libertarios: edición de publicaciones, el sostén de los Comités Pro Presos Políticos, apoyo económico de las familias de aquellos militantes que estaban detenidos, y por supuesto organizaciones políticas, sindicatos y cualquier otro tipo de organización de los libertarios. Esto nos da la pauta de que aquellos anarquistas que protagonizaron actos de expropiación lejos estaban de buscar su propia comodidad material mediante la expropiación. La expropiación tiene en esencia una finalidad política.
Expropiación: para que y para quienes.
“Alguna vez se hará justicia a los anarquistas y a sus métodos: nosotros no tenemos a nadie quien nos financie nuestras actividades, como la policía es financiada por el Estado, la Iglesia tiene sus fondos propios, o el comunismo tiene una potencia extranjera detrás. Por eso, para hacer una revolución, tenemos que tomar los medios saliendo a la calle, a dar la cara”.
Miguel A. Roscigna.
Las condiciones laborales de los trabajadores, así como la coyuntura de la época, demandaban recursos económicos que los libertarios no disponían. Entonces la expropiación se va a convertir en una solución para conseguirlos. Se da un golpe importante en cuanto a lo que se expropia y las finanzas quedan resueltas por un tiempo.
En 1919 se produce el primer asalto expropiador en Argentina. Los dueños de una casa de cambio del barrio de Chacarita en Buenos Aires son asaltados al retorno a su casa por tres anarquistas. El ideólogo, Boris Wladimirovich, será capturado días después. El motivo de la expropiación: la publicación de un periódico libertario.
Como en el asalto de 1919, los posteriores tendrán como norte la concreción de objetivos políticos claros. Los más claros: la edición de publicaciones libertarias y el sostén de los presos políticos.
Severino Di Giovanni será clave en lo que refiere a las publicaciones. Era un individuo preocupado por la propaganda anarquista y una de sus principales motivaciones era el enfrentar el régimen fascista italiano. Se dedicó a publicar periódicos (“Culmine”) en italiano para los obreros emigrantes que apenas conocían el español. Para él significaba continuar con la lucha desde otra parte. También por esto, no extrañaba que varios de los laderos de Di Giovanni fueran de ascendencia italiana, más allá del peso propio que tenían estos en el anarquismo argentino en esos años.
El asalto a Obras Sanitarias, uno de los más importantes por el botín recogido, estaba destinado en parte a la publicación de los escritos sociales Eliseo Reclus. Di Giovanni comenzó a investigar acerca del pensamiento de varios italianos, y estaba obsesionado con poder difundir las ideas de estos desconocidos en el Río de la Plata. También el periódico Culmine fue financiado con dineros de la expropiación. El dinero destinado a las publicaciones libertarias fue el más importante.
Pero también la situación de los presos políticos era delicada. La represión era muy dura y por supuesto que el caso de Radowitzky no era aislado. Los anarquistas respondieron organizando un Comité pro presos políticos. Otro inmigrante italiano, Miguel Roscigna, era uno de los referentes de este comité. Pero fue también, y así era considerado por muchos, como el mayor referente del anarquismo expropiador en esos años.
El hecho de tener que eliminar el suministro de comidas a los presos en Caseros, motivó a Roscigna a llevar adelante uno de los actos expropiatorios más importantes: el asalto al hospital Rawson. Planifica la acción junto a hombres con experiencia en esto y de su confianza como Vázquez Paredes y los hermanos Moretti. El 1º de octubre de 1927 esperan al pagador de sueldos del hospital que viene junto a un custodio. La acción se produce con éxito, costándole la vida al custodio.
Roscigna también participará de varios asaltos más en donde la liberación de los presos era el principal objetivo. Con estos dineros financiaron la fuga del Penal de Puntas Carretas de cinco anarquistas en 1929 entre otros, en una “obra maestra” planificada y ejecutada por varios anarquistas, con Miguel Roscigna y Gino Gatti como los ideólogos de la fuga. Estos anarquistas habían sido detenidos luego del asalto al cambio Messina en Montevideo en donde mueren tres personas. Roscigna se había negado a participar de este asalto ya que consideraba que la prioridad en ese momento era trabajar por la liberación de los presos políticos y no recolectar fondos, que en ese momento estaban disponibles gracias a expropiaciones anteriores.
Fondos también para la revolución española.
Los anarquistas ibéricos también fueron protagonistas en los grupos expropiadores. El 18 de octubre de 1925, tres personas entran a la estación de tranvías Las Heras. Exigen las llaves de la caja de hierro que contiene el dinero recaudado, los empleados dicen que las llaves las tiene que las tiene el jefe que ya se retiro. Cuando se retiran los “asaltantes” se llevan una bolsita conteniendo 38 pesos, desaparecen sin ser perseguidos. Uno de los hombres que ha dirigido este “asalto” fracasado es Buenaventura Durruti, pilar del anarquismo español y del mundo. Este sería el primer acto de expropiación por parte de Durruti, Ascaso y Jover en la Argentina. Aparte de esta expropiación, realizaron dos más, una también fracasada y la tercera, fue la vencida. Expropiaron el Banco de la Provincia de la ciudad de San Martín, éste con éxito, ya que recolectan 64.085 pesos. Es a partir de está expropiación que comienza la caza de los tres anarquistas españoles. Desde Chile llegan pistas de ciudadanos, que se presume cubanos, mejicanos o españoles, que habían participado en un asalto similar en ese país. Una vez que logran identificarlos, reconstruyen el viaje que habían realizado en busca de fondos para enfrentar a la dictadura en España. Incluía asaltos en España, Méjico, Chile y Argentina. Más tarde serán detenidos en Francia y la campaña a nivel mundial en contra de la extradición de estos a Argentina es exitosa, y el gobierno termina expulsándolos a Bélgica. Durruti y sus compañeros no volverán más a Argentina, pero dejaron su influencia en el anarquismo expropiador.
Primeras conclusiones.
Se puede ver desde los testimonios de la época que, el accionar de los anarquistas y siguiendo la lógica de sus protagonistas, que la expropiación tenía claramente fines políticos. Existen testimonios de expropiadores y allegados a estos en donde se deja en claro que las condiciones de vida de estos no modificaron luego de las expropiaciones. No se enriquecieron en pocas palabras. Tampoco fue el caso de los grupos que posteriormente, y en otra coyuntura, se abocaron a esta tarea.
Las tareas que debió llevar a cabo parte del movimiento anarquista fueron financiadas mediante los actos expropiatorios, lo que los convierte en una táctica posible dentro de las que se pueden manejar. Queda a conciencia de cada uno de los grupos libertarios, evaluar las posibilidades con que se cuenta para llevar a cabo este tipo de actos, en caso de ser necesarios. Se entiende que como medio la acción directa no opera en desmedro de otros métodos de lucha que por sus características no están emparentados con la acción directa.
Porque esta claro que la expropiación no constituye un fin en sí mismo, sino un medio, por lo que hay que analizar si este medio es consistente con la estrategia que nos debemos trazar hacia la consecución de una sociedad socialista y libertaria.
(Texto extraido de la publicación "Barricada" de Uruguay.)
Ahora bien, ¿que buscaban los anarquistas con la expropiación?; ¿tenían medios alternativos de financiamiento a la expropiación?; o ¿simplemente eran delincuentes, ladrones, como se los llamaba en esa época?
Debatir acerca de la expropiación, es debatir en torno a la metodología de acción plausible de los grupos libertarios. Expropiar significa quitar recursos económicos, estatales o privados, que son (o constituyen) propiedad privada de las clases dominantes, para pasarlos a manos de las clases dominadas. Estos recursos toman la forma de propiedad colectiva en el caso particular de los expropiadores anarquistas.
Una vez que se contaba con esos recursos los mismos se destinaban a la financiación de los colectivos políticos en los que estaban insertos los libertarios: edición de publicaciones, el sostén de los Comités Pro Presos Políticos, apoyo económico de las familias de aquellos militantes que estaban detenidos, y por supuesto organizaciones políticas, sindicatos y cualquier otro tipo de organización de los libertarios. Esto nos da la pauta de que aquellos anarquistas que protagonizaron actos de expropiación lejos estaban de buscar su propia comodidad material mediante la expropiación. La expropiación tiene en esencia una finalidad política.
Expropiación: para que y para quienes.
“Alguna vez se hará justicia a los anarquistas y a sus métodos: nosotros no tenemos a nadie quien nos financie nuestras actividades, como la policía es financiada por el Estado, la Iglesia tiene sus fondos propios, o el comunismo tiene una potencia extranjera detrás. Por eso, para hacer una revolución, tenemos que tomar los medios saliendo a la calle, a dar la cara”.
Miguel A. Roscigna.
Las condiciones laborales de los trabajadores, así como la coyuntura de la época, demandaban recursos económicos que los libertarios no disponían. Entonces la expropiación se va a convertir en una solución para conseguirlos. Se da un golpe importante en cuanto a lo que se expropia y las finanzas quedan resueltas por un tiempo.
En 1919 se produce el primer asalto expropiador en Argentina. Los dueños de una casa de cambio del barrio de Chacarita en Buenos Aires son asaltados al retorno a su casa por tres anarquistas. El ideólogo, Boris Wladimirovich, será capturado días después. El motivo de la expropiación: la publicación de un periódico libertario.
Como en el asalto de 1919, los posteriores tendrán como norte la concreción de objetivos políticos claros. Los más claros: la edición de publicaciones libertarias y el sostén de los presos políticos.
Severino Di Giovanni será clave en lo que refiere a las publicaciones. Era un individuo preocupado por la propaganda anarquista y una de sus principales motivaciones era el enfrentar el régimen fascista italiano. Se dedicó a publicar periódicos (“Culmine”) en italiano para los obreros emigrantes que apenas conocían el español. Para él significaba continuar con la lucha desde otra parte. También por esto, no extrañaba que varios de los laderos de Di Giovanni fueran de ascendencia italiana, más allá del peso propio que tenían estos en el anarquismo argentino en esos años.
El asalto a Obras Sanitarias, uno de los más importantes por el botín recogido, estaba destinado en parte a la publicación de los escritos sociales Eliseo Reclus. Di Giovanni comenzó a investigar acerca del pensamiento de varios italianos, y estaba obsesionado con poder difundir las ideas de estos desconocidos en el Río de la Plata. También el periódico Culmine fue financiado con dineros de la expropiación. El dinero destinado a las publicaciones libertarias fue el más importante.
Pero también la situación de los presos políticos era delicada. La represión era muy dura y por supuesto que el caso de Radowitzky no era aislado. Los anarquistas respondieron organizando un Comité pro presos políticos. Otro inmigrante italiano, Miguel Roscigna, era uno de los referentes de este comité. Pero fue también, y así era considerado por muchos, como el mayor referente del anarquismo expropiador en esos años.
El hecho de tener que eliminar el suministro de comidas a los presos en Caseros, motivó a Roscigna a llevar adelante uno de los actos expropiatorios más importantes: el asalto al hospital Rawson. Planifica la acción junto a hombres con experiencia en esto y de su confianza como Vázquez Paredes y los hermanos Moretti. El 1º de octubre de 1927 esperan al pagador de sueldos del hospital que viene junto a un custodio. La acción se produce con éxito, costándole la vida al custodio.
Roscigna también participará de varios asaltos más en donde la liberación de los presos era el principal objetivo. Con estos dineros financiaron la fuga del Penal de Puntas Carretas de cinco anarquistas en 1929 entre otros, en una “obra maestra” planificada y ejecutada por varios anarquistas, con Miguel Roscigna y Gino Gatti como los ideólogos de la fuga. Estos anarquistas habían sido detenidos luego del asalto al cambio Messina en Montevideo en donde mueren tres personas. Roscigna se había negado a participar de este asalto ya que consideraba que la prioridad en ese momento era trabajar por la liberación de los presos políticos y no recolectar fondos, que en ese momento estaban disponibles gracias a expropiaciones anteriores.
Fondos también para la revolución española.
Los anarquistas ibéricos también fueron protagonistas en los grupos expropiadores. El 18 de octubre de 1925, tres personas entran a la estación de tranvías Las Heras. Exigen las llaves de la caja de hierro que contiene el dinero recaudado, los empleados dicen que las llaves las tiene que las tiene el jefe que ya se retiro. Cuando se retiran los “asaltantes” se llevan una bolsita conteniendo 38 pesos, desaparecen sin ser perseguidos. Uno de los hombres que ha dirigido este “asalto” fracasado es Buenaventura Durruti, pilar del anarquismo español y del mundo. Este sería el primer acto de expropiación por parte de Durruti, Ascaso y Jover en la Argentina. Aparte de esta expropiación, realizaron dos más, una también fracasada y la tercera, fue la vencida. Expropiaron el Banco de la Provincia de la ciudad de San Martín, éste con éxito, ya que recolectan 64.085 pesos. Es a partir de está expropiación que comienza la caza de los tres anarquistas españoles. Desde Chile llegan pistas de ciudadanos, que se presume cubanos, mejicanos o españoles, que habían participado en un asalto similar en ese país. Una vez que logran identificarlos, reconstruyen el viaje que habían realizado en busca de fondos para enfrentar a la dictadura en España. Incluía asaltos en España, Méjico, Chile y Argentina. Más tarde serán detenidos en Francia y la campaña a nivel mundial en contra de la extradición de estos a Argentina es exitosa, y el gobierno termina expulsándolos a Bélgica. Durruti y sus compañeros no volverán más a Argentina, pero dejaron su influencia en el anarquismo expropiador.
Primeras conclusiones.
Se puede ver desde los testimonios de la época que, el accionar de los anarquistas y siguiendo la lógica de sus protagonistas, que la expropiación tenía claramente fines políticos. Existen testimonios de expropiadores y allegados a estos en donde se deja en claro que las condiciones de vida de estos no modificaron luego de las expropiaciones. No se enriquecieron en pocas palabras. Tampoco fue el caso de los grupos que posteriormente, y en otra coyuntura, se abocaron a esta tarea.
Las tareas que debió llevar a cabo parte del movimiento anarquista fueron financiadas mediante los actos expropiatorios, lo que los convierte en una táctica posible dentro de las que se pueden manejar. Queda a conciencia de cada uno de los grupos libertarios, evaluar las posibilidades con que se cuenta para llevar a cabo este tipo de actos, en caso de ser necesarios. Se entiende que como medio la acción directa no opera en desmedro de otros métodos de lucha que por sus características no están emparentados con la acción directa.
Porque esta claro que la expropiación no constituye un fin en sí mismo, sino un medio, por lo que hay que analizar si este medio es consistente con la estrategia que nos debemos trazar hacia la consecución de una sociedad socialista y libertaria.
(Texto extraido de la publicación "Barricada" de Uruguay.)
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